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EditorialesHoy es el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Suele celebrarse en esta fecha porque un 3 de mayo de hace más de tres décadas fue proclamada, con el respaldo de la Asamblea General de las Naciones Unidas y de la Unesco, la Declaración de Windhoek (Namibia), que recuerda al mundo que la información veraz es un derecho humano fundamental.
El lenguaje humano aparece hace alrededor de cien mil años; antes existían sonidos y onomatopeyas, y este hecho coincide con la fabricación de herramientas más perfeccionadas de piedra y hueso.
Imagino que la pregunta del título desconcierta a algunos educadores, pero es seria. La formación ciudadana se considera necesaria y de fundamental importancia en todos los ámbitos, pero si nos atrevemos a mirar la realidad que vivimos, y somos sinceros (condición difícil de lograr), tendremos que reconocer que no hemos sido exitosos.
Mientras Mark Carney, primer ministro en Canadá, celebraba su victoria electoral, casi al mismo tiempo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, festejaba los primeros cien días de su segunda administración. ¿Dos eventos desconectados, en dos países vecinos?
En medio del ruido político, la incertidumbre y el desasosiego que atraviesa Colombia, hay momentos que nos permiten respirar. No lo digo porque crea que debamos ignorar la realidad, sino porque estos eventos de los que voy a hablar nos recuerdan que aún somos capaces de sentir, de pensar y de conmovernos.
Tengo amigos que se niegan a creer, con razón, que todo pasa por algo y para algo. Pero yo, que sí lo creo, he estado buscándole el sentido a una estupenda entrevista -de finales de 1982- con la que me tropecé de tanto dar vueltas por las redes.
Hace dos años, sabiendo que le quedaba poco tiempo, Francisco se dio cuenta de que los dirigentes del mundo no habían tomado en serio Laudato si’. Entonces hizo la exhortación Laudate Deum (15 páginas). No me cabe duda de que la escribió con la esperanza de que esta vez sería escuchado. Pero se equivocó. Aquí nadie atiende la sensatez de los preclaros.
EditorialesLo único sobre lo cual hay certeza es la magnitud del evento ocurrido.
Poco a poco ha venido mejorando el nivel de los embalses que surten de agua a Bogotá y la región. Hace un año, el panorama era totalmente distinto, la ciudad comenzaba a transitar por el inesperado camino del racionamiento obligatorio y una intensa campaña de ahorro del líquido que por fortuna llegó a su fin.
Nunca un gobierno ha estado tan sometido al yugo del clientelismo y la politiquería como el de Gustavo Petro.